Expresiones Engañosas (III)
Prof. Dr. Sergio Andrés Pérez Barrero
Correo Electrónico: serper.grm@infomed.sld.cu
YO NO ME PUEDO DISGUSTAR. YO NO ME PUEDO MOLESTAR
No hay expresión más absurda e irreal que ésta.
Comenzaría por preguntar: ¿Quién es esa persona para no disgustarse ni molestarse, si la inmensa mayoría de los seres humanos en alguna ocasión tenemos que pasar por esa experiencia?
Cuando alguien pronuncia esto, además de engañarse a sí mismo, intenta manipular a los demás a su favor, haciéndoles creer algo que es imposible de lograr, pues si lo fuera, de seguro todos lo intentarían. Si llega a conseguirlo, la familia funcionará de modo anormal a partir de ese momento y el sujeto se convertirá en el foco de atención, no precisamente por ser el más ecuánime, sino por ser el más frágil, el más vulnerable.
Si usted no se puede disgustar o molestar, eso significa que no podrá recibir noticias desagradables, no podrán contradecirle sus opiniones por muy descabelladas que fueran, no se le podrá llamar la atención por algo inadecuado que haya hecho, los demás tendrán que hacer las cosas que a usted le gustan, como a usted le gustan y en el momento que usted precise, las opiniones y criterios de los demás serán las que usted desea escuchar y no otras, en fin, que todos a su alrededor harán en cada momento lo que a usted no le disguste ni le moleste. Todo lo anterior, ¿no es impensable?, ¿no es una locura? ¿En qué lugar del planeta usted va a vivir donde nunca se disguste ni moleste? Quizás en una isla desierta, en la cual tenga todas sus necesidades resueltas, y eso también es una locura pensarlo.
Sería más provechoso y más realista que aprendiera a tener disgustos y molestias, a reaccionar de una manera adecuada a eventos vitales desagradables. De esta forma estaría más preparado para vivir, sería una persona más normal y todo le pudiera ir mejor a usted y su familia.
Para ello es necesario que intente reaccionar frente a cada disgusto o problema de una manera diferente a la última vez, más ecuánime, más dueño de sí, sin dejarse provocar ni dar rienda suelta a la parte fea de su carácter, que es la que le hace pronunciar la expresión de marras.
LA GENTE NO ME ENTIENDE
Así se manifiestan “los incomprendidos”. A este tipo de personas nadie los entiende ni los comprende. Hablan sobre la incomprensión de sus familiares, de sus compañeros de estudio o de trabajo, de sus amistades, en fin, de cuantas personas se relacionan con ellos. En muchas ocasiones en mis consultas me los he tropezado y me dicen: “Doctor, usted no me entiende” y les he contestado “Eso es muy cierto. Yo no le entiendo y soy psiquiatra y me pagan para entender a las personas. Esa es mi profesión y me cuesta un enorme trabajo llegar a comprenderle del todo. ¿Se imagina qué pudiera pasar con aquellas personas que no son psiquiatras como es el caso de sus familiares, compañeros y amigos? ¿No será que para usted comprenderle y entenderle es ponerse de acuerdo con usted, es pensar como usted aunque estemos en desacuerdo y pensemos de manera diferente?”
Estas personas “incomprendidas” al parecer no se han preguntado: ¿No será que soy yo el que no se deja comprender? Es muy difícil que ellas se hagan esta pregunta, pues les resulta más fácil asumir el papel de incomprendidas que el de incomprensibles. Ellas no desean darse cuenta de que si son incomprendidas por los familiares, los compañeros de estudio o de trabajo, los amigos, el factor común a todos son ellas mismas. Puede ocurrir que la familia sea poco comprensiva, pero, ¿también son poco comprensivos los amigos y los compañeros de trabajo? Demasiada casualidad. En la generalidad de las ocasiones se autotitulan así porque sus criterios, opiniones, conductas, son impropias en el contexto en que se manifiestan, no son todo lo realistas que debieran ser, no guardan la coherencia que la situación requiere.
Pongamos por ejemplo que yo diga que mi familia no me entiende porque no me dejan escribir estas conferencias con la tranquilidad deseada. Esto pudiera parecer cierto y constituir una lógica demanda. Pero yo no le he dicho todavía que mi compañera trabaja al igual que yo y nuestro hijo apenas tiene cinco años y a este último personaje le importan poco por no decir que no le importan en lo absoluto estas conferencias ni otras. A él, como niño normal, le interesa por sobre todas las cosas jugar. Y hay que jugar con él. Pero además, hay que cooperar en las tareas hogareñas, compartir los quehaceres domésticos que, además de aliviar la carga a la mujer, es una buena manera de demostrar afecto y consideración a la pareja.
Por tanto, si yo quiero hacer estas conferencias cuando mi hijo me demanda que juegue con él o mi esposa me pide que compre el pan y la leche, soy yo quien no entiende las necesidades de ninguno de los dos. Pero si yo juego con él, coopero con ella y decido sentarme a escribir cuando el niño duerme y mi esposa estudie o descanse, los habré comprendido y no tendré motivos para decir que no me entienden.
ME DAN DESEOS DE ACABAR
Esta declaración es frecuente en consultas de psiquiatría y de psicología; o en cualquier otro lugar, pero siempre dicha por personas cuyo comportamiento, en ocasiones como esas, tiene manifestaciones muy primitivas y es la agresividad mal canalizada uno de sus rasgos prominentes.
Cuando se les pregunta con qué desean acabar, ellas contestan: “con todo, con el que se me ponga delante”. Y esto recuerda a ciertos animales, que por motivos baladíes arremeten contra todo. Pensemos en las corridas de toros, cuando ellos salen del cepo a una velocidad considerable, embisten a los picadores, a los caballos, y al torero mostrarles el capote, un simple y sencillo pedazo de tela roja, con la agresividad salvaje propia de esa raza de toros, acometen contra la tela que se mueve y no precisamente contra quien la está moviendo, por suerte, claro está.
Muy similar a este comportamiento es el de las personas que tienen “deseos de acabar”. A veces de los deseos pasan a la acción y maltratan a los hijos, les pegan con violencia inusitada, otras veces la emprenden contra los objetos y rompen platos, vasos, su propia ropa. En ocasiones, esa agresividad la toman contra la pareja y la ofenden de palabras, la humillan y pueden llegar a la agresión física, desde las lesiones sin peligro para la vida, hasta las que provocan la muerte en el peor de los casos.
Una parte de ellas dirige la agresividad contra sí y manifiestan cosas impensadas, en un momento y lugar inadecuados, sobre personas significativas, o bien se autolesionan intentando contra su propia vida.
El mero hecho de desear acabar no es en sí el problema mayor, sino que se convierte en tal cuando se quiere acabar con algo o alguien que no debiéramos acabar.
Si realmente tiene estos deseos, yo le sugiero acabar con aquellas cosas que deben terminar de una vez por todas: Usted puede acabar con la desconsideración, las malas costumbres, la descortesía, la incomprensión, la deshonestidad, la discriminación, el desconocimiento, la parcialidad, la chapucería, la ingratitud, el irrespeto, la irresponsabilidad, la imprudencia, la deslealtad, la insuficiencia, el desorden, la indisciplina, la desconfianza infundada, el descontento, la infelicidad, la impaciencia, la irreflexión, el pesimismo, el descuido, la enemistad, la intolerancia, la antipatía y también puede acabar con la queja inútil que prostituye el carácter y no conduce a otro sitio que no sea la desmoralización personal.
Fíjese, pues, cómo esa expresión, habitualmente improductiva, dañina y que impide adaptarse, se puede en la práctica ir transformando en productiva, adaptativa, creativa, en fin, muy útil para contribuir a su crecimiento personal.
SIEMPRE ESTOY APURADO
¿Cuántas veces usted habrá oído esto? Seguramente muchas y quizás lo haya dicho en alguna oportunidad. Así es, hay personas que siempre están apuradas, como si el tiempo no les fuera a alcanzar para hacer lo que se proponen o como si todo lo que hicieran fuera una obligación.
Se levantan temprano, desayunan rápido, a veces de pie o caminando, salen rápido de sus casas para sus respectivos trabajos, caminan rápido, terminan su labor y salen disparadas para sus casas, se ponen a hacer los quehaceres rápidamente para terminarlos rápido y así hacen todos los días hasta que comienzan a sentir, a darse cuenta de que “siempre están apuradas”.
Estas personas en todo momento tienen los dientes apretados, se quejan de dolores en las piernas, el cuello y la espalda debido a la tensión muscular. También pueden tener dolores de cabeza por la misma razón.
¿Qué se pudiera hacer para evitar estar siempre apurado? Lo primero es percatarse de que se está de prisa, es decir, hacerlo consciente. Una vez ocurrido esto, todo será más fácil.
Hay determinadas situaciones en las que necesariamente hay urgencia. Por ejemplo, en las mañanas para llegar puntual a la fábrica, oficina, escuela, en fin, al lugar donde trabajamos o estudiamos, con lo que podemos evitar problemas adicionales. Realizar bien las funciones laborales o estudiantiles, docentes o asistenciales, de servicios o productivas, es otro paso imprescindible para contrarrestar la sensación de apremio.
Una vez terminada la jornada laboral sería prudente no retirarse de inmediato al hogar. Es recomendable permanecer aunque sean cinco minutos sentado, tranquilo, relajado, con los ojos cerrados en el propio puesto de trabajo, en el vestidor, en el salón de espera, para tratar de “dejar ahí” parte de las tensiones laborales, o se puede emplear ese tiempo en ejercicios de relajación y respiratorios.
Al ir hacia el hogar no debe hacerlo de prisa. Si el trayecto lo hace caminando, puede desviarse de la ruta habitual, entrar a las tiendas aunque sólo vea lo que se está ofertando, llegue a hacer una breve visita a casa de algún conocido, sólo para saber de él o ella, o simplemente camine lo más despacio posible, disfrute de su propio andar. Puede sentarse en algún parque a leer algún artículo del periódico preferido. Todo lo descrito llevará quizás diez, veinte o treinta minutos más de lo habitual, pero el beneficio del autocontrol los requiere.
Si el trayecto lo hace en ómnibus, una variante pudiera ser, si no es excesiva la distancia por recorrer, abandonarlo una parada antes o después de la que le pertenece y hacer lo descrito en párrafos precedentes. Si el trayecto lo realiza en un automóvil privado, se deben evitar aquellas carreteras de mayor tráfico, aunque eso implique unos minutos de demora hacia el destino.
Al llegar al hogar, tampoco es recomendable entrar inmediatamente. Pueden utilizarse otros cinco o diez minutos sentado en el umbral de su puerta, en los bancos de la entrada, en el parque de enfrente. Al entrar a casa es una buena opción ponerse a hacer lo más perentorio, lo más necesario. Y trate de tener un pensamiento económico que ponga todo en función de usted y no al revés. Fregar la vajilla es importante, pero si lo necesita, decansar es más importante aún. Mantener la casa limpia es importante, pero dormir lo es más si tiene sueño. Lavar la ropa es importante, pero comer lo es más si tiene mucho apetito. En fin, su casa y lo que en ella usted tiene que hacer son importantes, pero usted es mucho más importante que todas esas cosas juntas.
Al sentarse, no olvide tratar de poner los glúteos, es decir, las nalgas, lo más cercanas al borde del asiento, tirar las piernas hacia adelante, entreabrirlas ligeramente, descolgar los brazos a ambos lados del cuerpo y dejar caer la cabeza sobre el pecho o recostarla del asiento hasta lograr una posición lo más cómoda posible. Otra variante de esta posición es apoyar los brazos semiflexionados en los muslos como hacen los cocheros. Entonces, cierre los ojos y piense en un cielo azul, una pradera verde, un mar azul claro en calma, lo cual contribuirá a su relajación.
Por último, oblíguese a esperar, a caminar despacio, a hablar despacio, leer despacio, en definitiva, a andar despacio en este camino que se llama vida.
EL ESTÓMAGO ME SALTA Y NO ME DEJA VIVIR
Así dicen las personas que acuden a la consulta con este síntoma de ansiedad, y para algunos el más molesto. Sin embargo, es necesario informarle varios aspectos del funcionamiento del cuerpo humano que le proporcionarán alivio cuando aparezca esta sensación.
Primero, es conveniente saber que el estómago no salta, nunca ha saltado ni saltará. Los movimientos propios de este órgano no se traducen de esta manera sino de otras, entre las que sobresalen las contracciones sufridas cuando tenemos hambre, las cuales pueden ser muy dolorosas.
El llamado “salto del estómago” no ocurre precisamente en él, sino por detrás del mismo y se trata del latido imprescindible de la aorta abdominal, el vaso sanguíneo más grueso del organismo encargado del transporte de la sangre proveniente del corazón hacia el resto del cuerpo. Por tanto, ese salto, es la manifestación palpable de que usted está vivo. Cuando ese latido deje de molestarle, de sentirse, de producirse, es porque usted también ha dejado de molestarse, de sentir, de ser productivo, en fin, habrá dejado de existir como ser viviente. Tendrá esa impresión durante toda la vida, hasta que muera, pues es una condición inherente a la vida. Sin salto de estómago no hay, nunca habrá vida.
La diferencia entre su salto de estómago y el mío, es que usted centra su atención en él y yo no le presto atención al mío, que usted lo ha hecho consciente y yo no me doy cuenta de su existencia. En esto tiene mucho que ver la dirección de nuestra atención: usted la tiene dirigida hacia su cuerpo, en vez de dirigirla hacia el medio externo, el ambiente, fuera de sí. La atención debe ser utilizada en la relación con el mundo y no en la autobservación enfermiza de nosotros mismos. La atención es para saber por ejemplo si el cielo está gris o azul, si hace sol o es de noche, si en el periódico se habla de determinado acontecimiento interesante, si en el televisor se exhibirá un ciclo de un famoso director de cine, si el hijo de la vecina terminó sus estudios, si hay un salidero en la tubería del agua, si mi hija ya me supera en estatura, si mi pareja luce mejor con esa ropa. En fin, la atención sirve para darnos cuenta de lo bello y lo feo alrededor nuestro.
La atención centrada hacia sí mismo constituye un síntoma de diversas enfermedades psiquiátricas entre las que se encuentran los trastornos depresivos y las hipocondrias y estados afines. Esto quiere decir que si usted está muy preocupado por su cuerpo sería prudente hacer una visita a este tipo de profesional. Pero también es posible determinada enfermedad física que está dándole molestias y reclama su atención. En este caso consulte a su médico de familia.
Ahora bien, saber dirigir la atención hacia uno mismo, puede resultar un ejercicio muy estimulante cuando la utilizamos para lograr un estado de relajación, de paz interna. Ello no es difícil de alcanzar y en el presente texto encontrará algunas sugerencias de cómo hacerlo.
DOCTOR, TENGO LAS DEFENSAS BAJAS
Para muchas personas esta es la forma de transmitir a su médico algún problema sexual. También pueden decir que están “impotentes”, que tienen problemas con “la naturaleza”, que están hechos “unos niños chiquitos”, “que no son hombres”, etcétera.
No pretendo dar una visión científica del asunto, para lo cual otros profesionales están mucho mejor preparados, pero sí algunas reflexiones como ayuda a estas personas con una supuesta “impotencia”.
Todo hombre con dificultad en su funcionamiento sexual habitual lo primero que debe hacer es ponerse el calzoncillo cuando esto ocurra, pues “el horno no está para galleticas” según el refrán. Ese funcionamiento desfavorable no es un signo de enfermedad sexual por sí solo. Fue el aviso para saber que no era el momento adecuado para tener relaciones sexuales. Y lamentablemente, la mayoría de los hombres no hacen utilización de esa prenda interior en ese instante, sino que se empeñan en “hacer el papel de hombre” (¿?), y tratan de “quedar bien” (¿?) con la pareja, lo intentan en múltiples ocasiones y cada una de ellas se convierte en otro fracaso, pues la preocupación bloquea el propio rendimiento.
Si usted vuelve a presentar dificultades con la erección al tener relaciones con su pareja, revise su forma de vivir. El exceso de trabajo, las preocupaciones, la falta de distracción, el consumo de cigarros y alcohol, las condiciones en que se realiza el acto sexual, entre otros factores, pueden conspirar contra el buen desenvolvimiento de ambos. Muchos cometen el gravísimo error de buscar otra pareja para comprobar si con esa no fracasan. Los que actúan así no saben el daño que se hacen y le hacen a la pareja habitual. Este tipo de hombre demuestra un profundo desconocimiento sexual, probablemente el que lo lleva a una disfunción, es decir, a una enfermedad del funcionamiento sexual, sin descartar la posibilidad de una ETS (enfermedad de transmisión sexual como la gonorrea, la sífilis o el SIDA).
Si falla en alguna otra oportunidad, pregúntese: “¿Quién soy yo para no fracasar en la relación sexual?”. Muchos hombres tienen complejo de computadoras, incapaces de cometer errores en esto y esos son los más sorprendidos cuando sucede, pues olvidan que dicha función corporal es como el apetito, el sueño u otra que no tienen siempre el mismo comportamiento y ello no significa enfermedad. Usted no ingiere todos los días las mismas cucharadas de alimento, ni duerme la misma cantidad de minutos. A veces no tiene apetito y no se obliga a comer. A veces no tiene sueño y no se obliga a dormir. Entonces, ¿por qué se obliga a tener relaciones sexuales?
Es importantísimo cuando se tiene esta dificultad, continuar haciendo su vida normal porque muchos se detienen en el síntoma y ello empeora el pronóstico. Le sugiero distracción: pasee con su pareja, emplee el tiempo libre en algo útil, haga ejercicios, cultive alguna planta, críe un animal de compañía o peces, coleccione sellos o monedas, lea poemas o novelas, según su preferencia. Pero no se dedique las veinticuatro horas del día a pensar en su pene, pues usted es más que eso.
Si a pesar de todo continúan los problemas funcionales, que le impiden llevar una vida emocionalmente feliz, le sugiero dirigirse con su pareja a un psicólogo o un psiquiatra de su área de salud, los que de seguro buscarán una solución.
Por último, instrúyase en lo referente al sexo. En cualquiera de nuestras bibliotecas hay folletos y libros al respecto, y pueden contribuir a que tenga una vida sexual más plena.
QUIERO DORMIR Y NO PUEDO
Los trastornos del hábito de sueño son de los motivos más frecuentes de consulta en la práctica médica. Todo el que ha pasado una noche de insomnio no lo puede ocultar porque se le nota en el rostro, en los ojos, en los bostezos, en la somnolencia, y en la disminución del rendimiento productivo, por sólo mencionar ciertos signos.
agamos algunas reflexiones en torno al tema.
1. Debe imaginar que el sueño es como un pájaro, poco menos que imposible de atrapar con las manos pues sale volando. Luego, si usted intenta tal cosa pierde su tiempo.Y si con las medidas anteriores no logra dormir, le sugiero mantenerse despierto la mayor cantidad de horas posible. Usted creerá que se trata de una broma, o un absurdo mandar a mantenerse despierto a quien desea dormir. Se trata de un tipo de orientación denominada paradójica, es decir, opuesta o contraria a la opinión común y al sentir general de las personas, la cual es utilizada para modificar determinados síntomas. Con dicha técnica se han obtenido buenos resultados no sólo en los trastornos del sueño, sino en algunos trastornos depresivos.
2. A la cama se va cuando se tiene sueño y si no ha sentido esa sensación lo mejor que puede hacer es no acostarse aún.
3. Si luego de dormirse se despierta y le cuesta trabajo conciliar el sueño de nuevo, lo aconsejable es salir de la cama para evitar el círculo vicioso que se establece al querer dormir, no lograrlo, cambiar con frecuencia de posición para acomodarse y poder conciliarlo, no conseguirlo, optar por otra posición en apariencia más adecuada y así hasta el amanecer. Usted no ha analizado que cuando uno desea permanecer despierto y el sueño lo invade: moverse y cambiar de posición es lo mejor. Entonces, para dormir está haciendo justamente lo contrario.
4. Si no está durmiendo bien debe prescindir de todos aquellos factores agravantes de su trastorno como son tomar café, té, bebidas alcohólicas, fumar tabaco o cigarros, evitar actividades que requieren acción muscular excesiva o moderada, y muy importante, eliminar las siestas o el permanecer acostado en la cama durante el día aunque no duerma, pues le restará horas de sueño.
5. Establezca una rutina antes de ir a dormir, trajines que le sirvan de señales preparatorias para este acto.
6. Evite por todos los medios la automedicación, pues las medicinas utilizadas para facilitar el sueño pueden deteriorarlo y complicar más aún las cosas. Tampoco es recomendable el consejo erróneo que dan algunos de tomarse uno o dos tragos antes de dormir para conciliar el sueño, porque con esta receta al pasar los años tendrá además del insomnio otro inconveniente mucho más grave: el alcoholismo.
7. No use la cama para resolver problemas ni realizar planificaciones de lo que se debe hacer al siguiente día, porque esto también contribuirá a mantenerlo despierto.
8. No utilice las relaciones sexuales para autoprovocarse el sueño, pues además de no ser éste el verdadero sentido de las mismas, puede llevarle a una disfunción sexual.
Le aseguro que con esta técnica sólo le ocurrirá lo que usted desea: DORMIR.
MI ESPOSO ME MALTRATA, INCLUSO ME HA PEGADO
Esto, por desgracia, no lo escuchamos tan poco como deseamos. La violencia doméstica existe en no pocos de nuestros hogares, sea verbal o física y es la mujer en la mayoría de las ocasiones la que lleva la peor parte.
Detrás de estas palabras hay diversas cuestiones que merecen ser analizadas. En primer lugar, una mujer que se respete difícilmente será objeto de maltrato alguno en las relaciones conyugales ni en ninguna otra situación cotidiana. Una mujer decidida a que se le respete, infunde, a mi juicio, más temor que cualquier hombre. En segundo lugar, ¿quién la maltrata? Le maltrata el hombre elegido con libertad y con el cual muchas veces continúa a pesar de ese referido maltrato. En tercer lugar, esta persona se queja diciendo que “incluso le ha pegado”. Amigo lector o amiga lectora, sepa usted que todo hombre que le pega a una mujer una vez, lo seguirá haciendo después, si se le tolera o perdona. Esto es una realidad. Y en la expresión analizada se deduce no sólo el maltrato, sino la recurrencia a otra forma mucho más peligrosa, degradante, inhumana y, más que todo, poco viril en su relación, la violencia física. Sin embargo, en este caso, esa relación continuó de forma anormal, la cual no sólo es dañina para los cónyuges, sino también para los hijos.
Si se trata de hijas, se les está enseñando a soportar vejaciones, insultos, golpes, y por el modelo de relación matrimonial, es posible que eviten el casamiento porque el ejemplo recibido es infeliz.
Si se trata de hijos, se pueden convertir, como su padre, en abusadores habituales de sus parejas, pues si el padre le pegaba a la madre y ella lo toleraba, “¿por qué no pegarle a mi pareja, si no es mejor que mi madre y ella lo permitía?” Y este razonamiento, además de convertirlos en sádicos, les ocasionará una inestabilidad matrimonial, sin dudas, porque no todas las mujeres soportan ni permiten que sus maridos las maltraten.
Luego, por el bien suyo, de su matrimonio y de sus hijos, en fin, de la familia, evite por todos los medios, pronunciar algo semejante en su vida.
ÉL NO ME DEJA...
Lamentablemente, tal manifestación aún se escucha en nuestro medio, a pesar de todos los esfuerzos que se han venido realizando a favor de la plena igualdad de la mujer.
En “Él no me deja...” los puntos suspensivos pueden ser sustituidos por disímiles actividades, como por ejemplo: trabajar, pasear, cortar el cabello, poner determinada pieza de vestir, maquillar de una forma específica, visitar algunos lugares, hablar con ciertas personas, etcétera.
Quienes utilizan esta expresión, deben entender que aunque se dice “Él no me...”, en realidad debiera ser “Yo permito que él no me...”, pues conscientes y muy a gusto, toleran, permiten, acceden, desean, ser tratadas con este tipo de imposiciones que las limitan. Otras, las menos, permiten este tipo de limitaciones sin una conciencia cabal de los perjuicios ocasionados en su desarrollo personal; pero repito, la mayoría de ellas participa conscientemente de estas conductas anómalas en su relación matrimonial: si el esposo no la deja trabajar es porque a ella le hace sentir bien no tener obligaciones laborales, si el esposo no la lleva a distraer es porque a ella le gusta quedarse en la casa y asumir el papel de víctima o de mártir, si el esposo la maltrata verbal o físicamente y no responde, tiene evidentes rasgos masoquistas en el carácter.
Quizás usted considere que para ganar a veces hay que perder y si la esposa no cede, el matrimonio puede entrar en conflicto y disolverse. Todos esos argumentos son buenas justificaciones para asumir un papel pasivo en las relaciones conyugales.
Si la mujer no trabaja tiene que depender económicamente de su pareja, y se cumplirá el principio administrativo “el que paga manda”. Si ella permite que él no comparta las distracciones, puede ocasionarle síntomas neurasténicos, como el cansancio físico y mental, irritabilidad, peso en el cerebro, disminución de la productividad, dificultades con la atención, la concentración y la memoria, poca o ninguna satisfacción sexual, los ruidos le resultarán insoportables y la llevará a pegarle a sus hijos, a no dejar que oigan música y ni siquiera que jueguen o le hablen.
Al permitir a su esposo el maltrato físico o verbal, estará iniciando una relación sadomasoquista, es decir, cuando una persona siente placer en ocasionar dolor, sea físico o moral y la otra persona lo siente al recibirlos.
Pienso que es preferible modificar “Él no me...” por “Yo no permito que...”
PARA DARME EN LA CABEZA SE EMBORRACHA
Esta desgraciada y poco feliz declaración la escuché de una joven, refiriéndose a su pareja. Pero no sólo el hecho de embriagarse, puede ser: dejar los estudios para “darle en la cabeza a los padres”, dejarse un embarazo para “darle en la cabeza a la pareja o a sus familiares” o cualquier otra situación en la que un individuo hace algo contra sí mismo, para atacar o castigar a otros.
¿Quién no se da cuenta de que estas personas no son capaces de manejar adecuadamente su hostilidad, su agresividad? Alguien normal puede verlo, excepto quien asume dichas actitudes, que no es, desde luego, una persona normal.
En el ejemplo señalado, el marido se molestó con la esposa y para darle en la cabeza fue y se embriagó. ¿Quién es el perjudicado? Sin discusión él y no ella. Él no tuvo capacidad para arreglar con naturalidad ese disgusto y se autoagredió en contra de su salud. Este mecanismo evasivo puede repetirse y en un plazo corto de tiempo, esta persona llegará a convertirse en un bebedor problema o peor aún, en un alcohólico.
La mujer que se deja el embarazo para, supuestamente, darle en la cabeza a la pareja o a sus familiares, traerá al mundo un hijo no deseado, con todos los inconvenientes que eso provoca.
O aquel muchacho o muchacha que abandona los estudios, limitando en gran cuantía su futuro, embruteciéndose por agredir a los padres, maestros u otras personas.
Antes de “darle en la cabeza a otro” piense en qué medida el perjudicado a corto, mediano o largo plazo será usted mismo y no quien ha pretendido agredir. Antes de atacar a otros, piense en buenas formas de solucionar el problema causante de ese estado anímico, para que no incurra en los errores mencionados.
http://www.psicologia-online.com/ebooks/psicoterapia/expresiones3.shtml
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